Escribo diario, pero eso no significa que sea diarista, al menos no en el sentido formal. Lo que escribo todos los días no es una crónica de mi día sino un flujo de consciencia, escribo todas las ideas dispersas que flotan en mi mente, es una especie de terapia que me permite vaciar mi cerebro en el papel, convertirme en tinta.
A veces si escribo un diario en el sentido más usual del término, hago una crónica de mi día, anoto cosas que me parecen importantes de recordar, como los nacimientos y las muertes o las guerras y otras cosas terribles que pasan en el mundo. También escribo de forma creativa, imagino mundos, historias y busco formas de publicar lo que escribo.
Mi primer diario fue una libretita robada (mis papás tenían una papelería) del tamaño de un cuarto de carta. Leer el “Diario de Ana Frank» me inspiro a documentar mi vida y también le escribí a Kitty, quería sentir que tenía una amiga. Al poco tiempo dejé de escribirle a Kitty, pero seguí escribiendo como si me dirigiera a alguien, como si mis diarios fueran a ser leídos en público; supongo que era una especie de autocensura.
Con el tiempo mi escritura se fue volviendo más íntima y más libre, dejé de escribir pensando en que alguien me leería y comencé a escribirme a mí. Fue un proceso largo, no sé exactamente cuándo pasó, la escritura ha sido el hábito más constante en mi vida, así que he tenido muchos años para experimentar con ella.
Descubrí que la escritura personal que hago desde mi adolescencia puede ser terapéutica y aunque al escribir a veces surgen ideas, su función principal, para mi, es vaciar mi cerebro del ruido que se acumula en mi cabeza; es una forma de existir sin la presión de ser observada ni juzgada. Mi cuaderno se ha vuelto un refugio, pero también un laboratorio. Desde hace mucho me intriga el saber porqué escribir a mano es tan sanador y en ese proceso he descubierto herramientas y libros que me han ayudado a fortalecer esta práctica.
Hace varios años, un amigo me regaló un día una copia de Writing Down the Bones* de Natalie Goldberg y esa fue mi primera aproximación al arte de la escritura como práctica zen, como una forma de autoconocimiento. Durante muchos años escribí en libretas tamaño media carta, siguiendo la premisa de Natalie, ella aconseja escribir por un tiempo determinado (10 minutos, por ejemplo) sin soltar el lápiz ni despegar la mano de la hoja. El objetivo de esta practica es soltar la mano y liberar la mente, escribir un flujo de consciencia, es decir, escribir todo lo que se te venga a la cabeza, sin importar cuándo y dónde escribas. Se trata de abrir la mente y dejar que el cerebro fluya con la tinta.

Este año modifiqué un poco mi practica para ajustarla a lo que se conoce como morning pages: páginas matutinas. Esta práctica es parte de una programa de creatividad desarrollado por Julia Cameron en su libro “El camino del artista” en realidad las morning pages son bastante similares a lo que recomienda Natalie Goldberg, pero con algunas modificaciones que, para mí, han significado una gran mejora pues son las que me han traído hasta acá, a escribir este post.

Cameron dice que la hora del día en que se escribe el flujo de conciencia es importante y sugiere escribir en cuanto despiertes, en tres páginas tamaño carta y siempre a mano. Para mi, pasar de tres páginas tamaño media carta a tres de tamaño carta implicó duplicar el volumen de lo que escribía, pero descubrí que aunque a veces, muchas veces, sufro por no saber que escribir, al final siempre lleno las tres páginas y siempre surge algún tema para explorar. La superficie enorme de una hoja tamaño carta me hace sentirme con libertad de soltar todo lo que traigo en la cabeza, aunque eso sí, dice Cameron que es importante no escribir ni más ni menos de tres hojas (me recuerda a Murakami que en su libro “De qué hablo cuando hablo de correr” que también es una especie de diario sobre la práctica de correr, aconseja siempre no correr hasta que estés exhausta sino dejar algo reservado para el día siguiente).

Cuando no se me ocurre nada qué escribir, la enormidad de la hoja carta es una tortura, la verdad. Muchas veces empiezo la página escribiendo simplemente eso: no sé qué escribir o no quiero escribir, o cualquier tontería que me venga a la cabeza, hasta que sin darme cuenta comienzan a fluir las ideas.
Aún no me atrevo a hacer el camino del artista, pero siento que el solo hecho de cambiar mi práctica de escritura diaria a las páginas matutinas me ha despertado una especie de impulso. No suelo publicar nada de mi escritura personal, todo se queda en el cuaderno, aunque a veces surgen ideas que luego trabajo de forma creativa, pero ahora tengo el deseo de ir hacia atrás y revisar mis cuadernos y ver qué cosas podría trabajar para adaptar a un texto que pueda publicar, por lo menos, en este blog, ahora el gran reto será descifrar mi letra, que cada día es más indescifrable.
Pero dime, ¿tú también usas la escritura como terapia o lo has considerado alguna vez?
*La versión en español se llama El gozo de escribir
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